lunes, 27 de julio de 2015

Un chiste de la naturaleza

En estos días circulaba en los medios la noticia del descubrimiento de un planeta similar a la Tierra. El más semejante que se haya descubierto hasta el momento. Al leer los textos, que no hacían más que replicar un vago comunicado de la Nasa, se podía llegar rápidamente a la conclusión de que dicho planeta era decididamente inhabitable. Si alguien esperaba encontrar allí una esperanza para mudarse cuando la vida en la Tierra fuera imposible, mejor que lo vaya olvidando. Sin contar, además, que el gemelo de la Tierra dista de ésta unos 1400 años luz. Lo que me asombra de esta "noticia" es que, justamente, lo sea. ¿Cuál es la noticia? Apenas, que NO se encontró un planeta semejante a la Tierra... y que si se lo hubiera encontrado no estaría, ni remotamente, al alcance de los seres humanos.
Lo que no es noticia es que el universo es grande. Muy. No viene al caso intentar decir cuan grande, ni siquiera entrar a discutir si es o no infinito. Es apabullantemente grande. Tanto como lo es el tiempo. En dimensiones semejantes, es difícil no pensar que la vida individual (la mía, la tuya) es algo insignificante. Algo que apenas sucede. Algo que, en una escala "razonable" para las dimensiones del universo sería muchísimo menos que un margen de error despreciable. Desde la perspectiva del universo, de la naturaleza cósmica, la vida individual es completamente imperceptible. Veinte, cuarenta, sesenta, ochenta, cien o ciento veinte años son igualmente inexistentes. 50 kg o 200 kg de peso son igualmente insignificantes. Somos casi casi una inexistencia.
Es un lugar común decir que el hombre es el único animal que sabe de su muerte. Y que, en sentido estricto, es por esto el único animal mortal. Los demás, al parecer, no tienen la muerte en su horizonte. No saben de su finitud.
Permítaseme pensar que esto es menos interesante que el planteo inverso: el hombre es el único animal que sabe que vive. Es decir, que se sabe vivo, porque se sabe mortal. Es un ser que sabiendo de su precariedad, de su pequeñez, del carácter efímero de todos sus actos, comete la osadía de colocarlos en el centro de su atención.
¿Y por qué no? Asumamos que somos casi una inexistencia. Que desde ninguna de las estrellas o los planetas que podemos observar esta noche desde el balcón nadie podría tomar nota de nuestra presencia. Ni como individuos ni como especie. ¿Nos hace eso menos existentes? Quizá no. Quizá, por el contrario, saberlo nos haga pensar en el valor invaluable que tiene nuestra vida. Porque somos casi nada, pero somos; porque es casi infinita nuestra inexistencia, pero acá estamos. Un tiempo fugaz, en el que apenas nos es dado dejar marcas más efímeras que un suspiro. Somos un chiste. Un chiste de la naturaleza. Pero somos. Y nos sentimos ser. Nos sabemos ser. Y eso nos hace ser unos animalitos deliciosos, fascinantes. cándidos. Porque nos tomamos tan en serio este chiste que somos, somos tan queribles.

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