Noche fría, con algo de nubes, en Buenos Aires. Pechos fríos
en el cono sur de éste y del otro lado de la cordillera. Me asomo al balcón.
Entre las nubes, más cerca que otras veces, se luce, imponente, la Cruz del
Sur. Y, junto a ella, alfa y beta Centauro. Es muy fácil identificarlas. Son
dos estrellas muy brillantes, que apuntan hacia la Cruz desde su izquierda, en
este momento. Me acuerdo de un dato: alfa centauro es la estrella más cercana a
la Tierra, después del Sol. El Sol está a ocho minutos luz; Alfa Centauro (Rigil Kent) a
cuatro años y pico. Es decir que la luz que estoy viendo en ella, salió de la
estrella hace algo más de cuatro años. Se me ocurre buscar la referencia de las
estrellas de la Cruz del Sur. Encuentro que alfa Crux, la más brillante, la de
abajo, está a unos 350 años luz; beta Crux , la del brazo de la izquierda
(Mimosa), está a unos 420 años luz; Gamma Crux, la de arriba, apenas a
unos 88 años luz; mientras que la del brazo derecho, delta Crux está a unos 250
años luz. Pasemos en limpio... Cuando miro este sector del cielo, veo la luz de
alfa Centauro, que salió en el 2011; la de Beta Centauro y la de alfa Crux, que
salieron en 1665, la de Mimosa, que salió en 1595; la de gamma Crux que salió
en 1927 y la de delta Crux que salió en 1765...
Es curioso, de día todo lo que vemos es espacio. Cosas cerca
o lejos, pero en el espacio. De noche, cuando miramos hacia el cielo, lo que
vemos es tiempo. Luces viajeras, que a una velocidad extraordinaria surcan
distancias inmensas para llegar hasta nosotros. Luces salidas en tiempos de
Spinoza, Kant, o nuestros abuelos. Rayos de luz que partieron en tiempos en que
no existíamos o en que éramos otros (¿cuán diferentes somos desde que la luz de
la más cercana, alfa Centauro, saliera en 2011?). Embriaguez cósmica que se
apodera de la mirada y del pensamiento con sólo observar seis estrellitas desde
un balcón que apunta al sur oeste...
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