viernes, 7 de enero de 2011

Paléfato, un refutador de leyendas

Uno de los primeros refutadores de leyendas –como diría Dolina- fue el discípulo de Aristóteles Paléfato. En su libro “Sobre fenómenos increíbles” se encarga de desencantar buena parte de los mitos griegos. Entre ellos, el de la Hydra.
Según él, un rey llamado Lerno estaba en guerra con Euristeo. El fuerte que protegía la ciudad se llamaba “Hydra” y contaba con cincuenta arqueros apostado en sus torres. Para vencer a Lerno, Euristeo envió a Hércules, quien lo atacó –junto con sus soldados- lanzando proyectiles de fuego contra el fuerte. Pero cada vez que un arquero era herido, su lugar era ocupado por dos de sus compañeros.
Como, no obstante, Hércules parecía ir tomando ventaja, Lerno contrató un ejército de mercenarios liderados por un tal “Cangrejo”, que lo atacó por sorpresa. Afortunadamente, en su defensa acudió su sobrino Yolao, con tropas provenientes de Tebas, y juntos tomaron la Hydra, y la incendiaron.

jueves, 6 de enero de 2011

Serpientes, tentaciones, castigos


Vuelvo a la historia contada por Eratóstenes (y le añado la imagen de Hevelius, del s.XVII). Mutatis mutandi, la historia de Adán en el jardín del Edén. Tenemos a la serpiente, la tentación, la ingesta, la mentira, el castigo. Pero es demasiado lo que hay que cambiar para que ambas historias se superpongan. No pueden ser, siquiera, variaciones una de otra. Sus semejanzas, que las hay, no hacen más que enfatizar sus diferencias. No hay dueño, los higos -y no manzanas- son silvestres; no hay inocencia previa al delito -el cuervo es plenamente consciente de lo que hace, antes de hacerlo-; la serpiente -de agua, y no de tierra- no es la tentadora, sino la fallida coartada. También el castigo es diferente. El cuervo queda detenido, congelado en su falta. Su castigo es permanente y espectacular. No hay perdón ni reparación tras la falta. El cuervo, no construye nada; Adán, abre paso a la historia...

miércoles, 5 de enero de 2011

Derrida y las bestias siderales

Para variar... ¡nublado! (¿Cómo hacía Ovidio para soportar una seguidilla como esta?)


Acabo de terminar La bestia y el soberano, de Derrida. Pienso en la historia de Eratóstenes sobre la Hydra. Supongo que Derrida la conocía; me habría gustado encontrar un capítulo dedicado a ella. Por un lado, la astucia del cuervo. Atucia torpe, la suya. Y una astucia torpe, deja de ser astucia, ¿no? Pasa a ser una estupidez, una "bestialidad", una bobada -la bêtise de Derrida-. Por otro lado, la Hydra, la constelación de mayor longitud del cielo, es aquí, desde el principio del relato, una inocente culebrita de agua. El mayor mérito que se le atribuye es el de ser una voraz... ¡bebedora de agua! Es verdad que una vez catasterizada crece en imponencia. Y sirve al castigo de Apolo. No por su ferocidad, sino por sus sinuosidades. ¿Y Apolo? Él es el soberano. No sólo ve lo que hace el cuervo sino que, y esto es lo verdaderamente importante, lo permite. Deja que el cuervo coma, deja que hable, deja que mienta. Y castiga. Con un castigo bestial. Finalmente, es el soberano quien deviene bestia.

martes, 4 de enero de 2011

Eratóstenes y la Hydra

Sigue nublado, en Buenos Aires. Busco en los Catasterismos, de Eratóstenes el parágrafo dedicado a la Hydra. Acá ya no se trata del monstruo contra el que luchó Hércules, sino de una serpiente de agua con la que el cuervo pretende engañar a Apolo. Cuenta Eratóstenes que Apolo envió a su Cuervo, con una Copa, a buscar agua de una fuente. Al llegar, el Cuervo vio una higuera junto a la fuente, y se tentó. Los higos prometían ser deliciosos. El problema era que aún estaban verdes. Había que esperar unos días hasta que madurasen. Pero, ¿cómo justificar la tardanza ante Apolo? Eratóstenes vio entonces que en la fuente había una serpiente acuática y creyó encontrar en ella la coartada que necesitaba.

Dice Eratóstenes:

“Cuando, después de los días necesarios, los higos estuvieron maduros, el Cuervo se los comió y, consciente de su falta, capturó la Hydra que había en la fuente, la llevó a Apolo con la Copa y le dijo que ella se bebía todos los días el agua de la fuente. Apolo, sabiendo lo que realmente había sucedido, le impuso como castigo padecer de sed durante un largo tiempo”.
“Y para que no se olvidara la falta que se había cometido contra los dioses, Apolo colocó entre las constelaciones la Hydra, la Copa y el Cuervo de tal modo que el Cuervo no puede acercarse a la copa para beber”

Como vemos en la imagen (y, si no estuviera nublado... ¡¡¡en el propio cielo!!!) el cuervo sediento intenta beber de la copa... pero no lo consigue.

Moraleja: si alguna vez pretendes engañar a Apolo haciéndole creer que el agua de una fuente es bebida por una Hydra –con el objeto de comerte unos higos que aún no están maduros- recuerda que seguramente él te está viendo y que puede terminar condenándote a permanecer eternamente entre las estrellas y, lo que es peor, a que tu historia –imagen incluida- sea reproducida en el cíber espacio...

lunes, 3 de enero de 2011

Hércules, la Hydra y el Cangrejo

Según el relato más conocido, el asesinato de la Hydra fue el “Segundo Trabajo” encomendado a Hércules por Euristeo. La Hydra era un animal con un cuerpo semejante al de un perro, y un número de mortíferas cabezas de serpiente cuyo número varía –según el mitógrafo que se tome como referencia- entre ocho y diez mil, una de las cuales era inmortal. En lo que hay acuerdo es en que su veneno era tal, que mataba con sólo olerla.
Se sabe que, más allá de las intenciones explícitas de Euristeo, los “Trabajos” fueron una suerte de “seminario intensivo”, “campaña de entrenamiento” o, ya en el colmo de la irrespetuosidad, de “pretemporada” que le sirvió a Hércules para ir sabiendo quién era –cuál era su potencia, diría Spinoza- al tiempo que, en cierto modo, iba construyendo esa identidad como hijo de Zeus. Recordemos que Hera, celosa porque era fruto de un engaño de su esposo, intentó por todos los medios posibles –cosa que, tratándose de Hera, indudablemente eran muchos- asesinarlo, sin advertir que, cuanto mayor era el peligro al que lo exponía, más fortalecido salía el joven héroe al superarlo (lo cual, finalmente, le valió el reconocimiento de la diosa que, no sólo aceptó que se le otorgara un lugar en el Olimpo, sino que le dio la mano de su dilecta hija Hebe).
Pero aquí, en el combate con la colosal serpiente, Hércules todavía no era quién iba a ser. “Apenas” acababa de cumplir con su “Primer Trabajo” matando al León de Nemea –al que nos referiremos, seguramente, al hablar de su constelación, Leo-. Por lo cual, la lucha con la serpiente se tornó árdua. Conteniendo la respiración, Hércules asestaba fuertes golpes con su mazo a las cabezas del animal, haciéndolas estallar. Pero, inmediatamente, de la herida abierta brotaban dos cabezas tan mortíferas como la anterior.
La situación se agravó aún más cuando, encontrándose el joven inmovilizado por la serpiente que se le había enrollado en la parte inferior de su cuerpo, un cangrejo gigante, enviado por Hera, comenzó a morderle los pies.
Extremando la fuerza y la inteligencia, Hércules aplastó, primero, al cangrejo y luego le pidió a su sobrino Yolao que le proporcionara estacas ardientes con las que “cauterizó” las heridas de la Hydra evitando el reemplazo de las cabezas destrozadas. Así, en un momento sólo le quedó a la bestia su cabeza inmortal, que el hijo de Zeus se apresuró a cortar con su espada.

Si hoy no estuviera nublado, con un par de binoculares –a simple vista es quizá el signo del Zoodíaco más difícil de percibir- podríamos ver la figura del cangrejo exactamente debajo de la cabeza de la Hydra.

domingo, 2 de enero de 2011

La Hydra

Noche de nubes y de mucho trabajo. Estoy perdido en el cielo de las palabras, leyendo a Derrida. Un cielo terrenal, tanto como el cielo de las constelaciones -que hablan mucho más de los hombres que de supuestos entes trascendentes-.
Las nubes me liberan, en buena medida, de la tentación de quedarme en el balcón mirando el cielo. Es curioso: mucha gente cree que en la ciudad no se ven las constelaciones cuando, en realidad, es donde mejor se las distingue. No son las luces urbanas las enemigas de las formas celestiales -como sí lo son de los misteriosos entes del "espacio profundo"-, sino las nubes. Porque para encontrar una constelación, para identificarla, es necesario ver el todo. Una nube que nos prive de un sector pequeño del cielo basta para desorientarnos.
Con nubes y todo, me asomé un momento, para fugar de la bestia y el soberano derridianos. Para mi sorpresa, Orión estaba ya demasiado alto, junto a su can más fiel. Abajo aparecían los gemelos, Cástor y Pólux. Pero, a su lado, y debajo del can menor, se insinuaba una figura, se quería dejar adivinar, detrás de las nubes que marchaban presurosas y molestas de este a norte. No tengo armado el telescopio, por lo que fui en busca de los binoculares y me senté un rato a disfrutar del rostro electrizante del ofidio mayor del universo: la Hydra. Aquella contra la cual debió batirse nada menos que Hércules.