domingo, 5 de julio de 2015

Las estrellas nos hablan de otros tiempos, de otras dimensiones. Todo en el cielo se mueve. Todo cambia, noche a noche. Pero con lentitud, con parsimonia, sin urgencias. Mirar al cielo, dejarse embriagar por él, puede ayudar a dimensionar la vida humana. Nuestros temores, nuestras broncas, nuestra indignación se ve de pronto pequeña, nimia, al contemplar las patas del Centauro, lo único visible en esta noche porteña de nubes, frío y estupor. Es una tentación, fugar al cielo. Lo saben la mayor parte de las teologías. Mirar pasar las nubes, entrever, cada tanto, a su paso, algún destello, saber que el infinito nos rodea, tranquiliza, seda. Quizá no venga mal nutrirse un poco de esa belleza. Poner la humanidad en perspectiva. Pero no para fugarse a otros mundos. Sino para volver, en cuanto salga el sol a caminar sobre la tierra.

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