Noches atrás hablábamos de Venus y de Saturno, Afrodita y
Crono, para los griegos. Son dos de los protagonistas principales de nuestro
cielo, este invierno. Pero sus relaciones nos remontan muy atrás, casi al comienzo
mismo de los tiempos.
Hesíodo, en su Teogonía, nos cuenta cómo fue creado nuestro
mundo. No voy a repetir acá la genealogía de todos los dioses. Pero sí la de
algunos que tienen que ver con las cuestiones que nos interesan aquí. Cuenta Hesíodo
que primero existió el Caos y, luego, Gea, la Tierra. Del Caos surge Nyx, la
Noche. Y de ella, Hémera, el Día. El Día surge de la Noche. Al revés, me
parece, que para nosotros. Nosotros tendemos a creer que es del día, de su fin,
de donde surge la noche. Agreguémosle una curiosidad más: Urano, el Cielo, es
hijo de Gea, la Tierra. Es decir que no tiene la misma procedencia que el Día y
la Noche...
Pero Urano no es sólo hijo de Gea, sino su amante. La
Tierra, acostada, recibe al Cielo que, al posarse sobre ella, la fecunda. La
relación entre ellos era pésima. A tal punto que un día, Urano, de puro jodido,
decide que los hijos que conciba con Gea queden retenidos en ella, sin salir a
la luz. “Gea, a punto de reventar, se quejaba en su interior”, relata Hesíodo.
Y, en su dolor, gesta un plan que uno de sus hijos retenido, Crono (nuestro
Saturno) va a ejecutar. Gea provee a Crono de una hoz y le dice dónde
emboscarse. Dice Hesíodo: “Vino el poderoso Urano, conduciendo la noche. Se
echó sobre la Tierra movido por el deseo y se extendió por todas partes. Crono,
saliendo de su escondite, logró alcanzarle con la mano izquierda, empuñó con la
derecha la prodigiosa hoz, enorme y de afilados dientes, y apresuradamente segó
los genitales de su padre y luego los arrojó a la ventura por detrás”.
Esos son hijos. Nosotros, herederos de Freud, basamos la
sociabilidad en padres que castran a sus hijos. Estos griegos pensaban lo
contrario. Era el hijo el que en algún momento tenía que poner fin al poder
fecundador de su padre, para abrirse paso. Crono está más cerca de la muerte de
Dios Nietzscheana que de la castración psicoanalítica...
Pero, sigamos con nuestra historia. Ya vimos aparecer -¡y de
qué modo!- a Saturno. ¿Y Venus?
Prosigue Hesíodo: “En cuanto a los genitales de Urano, desde
el preciso instante en que los cercenó con el acero y los arrojó lejos del
continente en el tempestuoso ponto, fueron llevados por piélago durante mucho
tiempo. A su alrededor surgía del miembro inmortal una blanca espuma y en medio
de ella nació una doncella... Afrodita la llaman los dioses y los hombres, porque
nació en medio de la espuma”. Curiosa imagen la del miembro gigantesco del
Cielo flotando por el río, entre la espuma. Poderoso miembro que aún separado
de su dueño sigue engendrando... y nada menos que a quien será la diosa del
amor. Quizá haya algo de eso, en la historia. Un intento de señalar que allí se
acababa –cuac- la era del sexo salvaje y violento para dar paso a la relación
amorosa... O, al menos, para abrir esa posibilidad.
En estas noches de invierno, Venus y Saturno se ven apenas
un ratito. A eso de las siete y media Venus desaparece en el horizonte,
mientras que Saturno se mantiene en lo alto, cerca del Escorpión. Comparten,
entonces, algo más de una horita. Probablemente un tiempo suficiente para que
se saluden y, quizá, recuerden aquellos primeros tiempos en los que la bella
Afrodita surgió como fruto de la acción del osado Crono...
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