domingo, 12 de julio de 2015

Lluvia dorada

Llueve. No hay estrellas. Hay noche, y frío. Y agua.
Hablamos ya de Zeus transformado en nube. También supo ser lluvia, a la hora de amar.
La muchacha en cuestión es, en este caso, Dánae. Su padre había recibido un vaticinio de que un nieto suyo lo iba a matar y la mejor solución que encontró para evitarlo fue encerrar a su hija. Pero el enamoradizo Zeus la vio y, claro, inmediatamente sintió deseos de darle (su amor, obvio). Podría haber hecho estallar la prisión con su rayo, podría haber fulminado a los guardianes. Pero no. La imaginación de Zeus, a la hora del amor, era copiosa. Y, precisamente, copiosa lluvia derramó sobre Dánae. Lluvia dorada, que era él mismo. Las gotas de oro corrieron por el cuerpo de la doncella, la colmaron de caricias y de placeres y, por supuesto, penetraron en ella. Fruto del amor de Dánae con la lluvia dorada fue Perseo.

En este bellísimo cuadro de 1907 Gustav Klimt dio cuenta de la escena...




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