sábado, 1 de agosto de 2015

De la fugacidad en el cielo, en la vida y más allá

Hay intereses fugaces, hay amores fugaces, hay, claro, estrellas fugaces.
Entre las estrellas fugaces, quizá las más célebres sean las formadas por la cabellera de Faetón, -hijo de Eos, la Aurora, y del Sol-y uno de los amados por Afrodita. Fugaz fue su poder, fugaz su hermosura. Fugaces fueron las estrellas que se desprendieron de su encendida cabellera cuando se precipitó violentamente del cielo a la tierra. Cuenta Ovidio que Faetón dudaba de ser hijo de Helios y, a fuerza de persistir en su duda, consiguió una entrevista con el mismísimo Sol. Éste le aseguró ser su padre, y cometió el que sería uno de sus peores errores: para complacer a su hijo le juró concederle cualquier deseo que éste le pidiera. Eso no se hace. Ni siquiera si sos el Sol. ¿Qué le pidió el hijo, para lucirse por el cosmos? Nada menos que conducir su carro. Como buen adolescente que le roba las llaves del auto al padre. Sólo que en este caso, el Sol se lo tuvo que prestar por estar atado a un juramento.
El padre, inútilmente, lo llenó de consejos. Le describió las dificultades del terrirorio, le encomendó conducir con precaución. El pibe se subió al carro -el carro con el que el Sol recorre diariamente el cosmos- y aceleró. Como su peso era menor que el de su padre, el carro tomó una velocidad inusitada que lo llevó a alcanzar en un instante lo alto del cielo. Cuenta Ovidio: "Cuando el infeliz Faetón, desde lo alto del éter, contempló la tierra que se extendía allá abajo, tan por debajo de él, palideció y le temblaron de miedo las rodillas, y las tinieblas, en medio de aquella explosión de luz, cubriéronle los ojos".  Lo asusta la elevación, lo asustan los gigantes animales de las constelaciones, lo asusta el poder. Lo asusta, sobre todo, no haber estado a la altura de su padre. Aterrado, se paraliza y suelta las riendas... Y cae envuelto en llamas. Y a su paso todo se enciende, el agua se evapora, el aire se torna irrespirable. La propia Tierra entra en pánico y clama ayuda a Zeus. Cuenta Ovidio que Zeus "tomando por testigos a los dioses del cielo y al mismo que había prestado su carro, que el mundo, si no iba en su auxilio, iba a perecer víctima de un cruel destino, subió a la cima más elevada, desde donde tiene por costumbre extender las nubes sobre la tierra, desde donde agita el trueno y arroja el estremecedor rayo. Pero entonces no tuvo nubes para poder enviar a la tierra, ni lluvias para esparcirlas desde el cielo. Emite un trueno y, equilibrando el rayo a la altura de su oreja derecha, lo lanza contra el auriga; le quita a la vez la vida y el carro y detiene el fuego con sus terribles fuegos. Los corceles se espantan y, dando un salto en sentido contrario, sacan el cuello del yugo y abandonan las riendas, rotas... Faetón, enrojecidos sus cabellos por la llama devastadora, rueda vertiginosamente a través de los aires dejando a su paso una larga estela de estrellas fugaces".
Tristes estrellas las que se desprenden de la cabellera de un impetuoso joven abatido por el rayo de Zeus. Hay vidas, encuentros, sueños, proyectos que aun siendo fugaces resultan valiosos por la intensidad con que son vividos. Hay otros que dejan un sabor amargo. Porque su fugacidad parece proceder no de una intensidad que todo lo consume, sino de la inconstancia, de la pereza, del abandono. O de pretender alcanzar algo demasiado elevado sin estar a la altura de ese destino.

El momento de la caída de Faetón, según Rubens...


2 comentarios:

  1. Cuatro mil millones de seres en esta tierra/ y mi imaginación sigue siendo la misma. // A una llamada atronadora, respondo con un susurro. / Cuando callo, no lo diré nunca. Ratón a los pies de la montaña madre. / La vida dura unos cuantos rasguños en la arena.” (Wislawa Szymborska)

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  2. Gracias, María, por tu bella intervención...

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