sábado, 6 de febrero de 2016

Belleza y traición. Una historia de Casiopea.

Hace unos días tuve la oportunidad de cruzar la línea del Ecuador. En las noches del otro hemisferio mi amor por las estrellas ansiaba ver a las dueñas de ese cielo: las osas. Un mes estuve acechándolas, sin suerte. Tampoco pude ver a Polaris, la estrella que orienta a los viajeros en el norte. Sin embargo, en un par de ocasiones el firmamento me regaló la vista de otra constelación hermosa: Casiopea.

Para un latino es imposible mirarla sin recordar la canción de Silvio Rodríguez:

“Cumplí celosamente nuestro plan: por un millón de años esperar.
Hoy llevo el doble dando coordenadas pero nadie contesta mi llamada.
¿Qué puede haber pasado a mi señal?
¿Será que me he quedado sin hogar?
Hoy sobrevivo apenas a mi suerte lejano de mi estrella de mi gente.
El trance me ha mostrado otra lección:
el mundo propio siempre es el mejor”.

¿Qué implicó haber encontrado a Casiopea? Por un lado, tener la certeza de haber dado con la belleza en una de sus más plenas manifestaciones. La propia Casiopea, en vida,  estaba tan segura de su hermosura que no tuvo mejor idea que desafiar a las Nereidas y a Hera, ganándose una múltiple enemistad. Por otro lado, la enseñanza de que la belleza muchas veces está unida a la traición. Casiopea fue tan bella como traicionera. Y lo fue con quien había ido a librarla de los males que la acosaban, Perseo.

Poseidón y Hera, movidos por sentimientos negativos, la habían atormentado con monstruos diversos –precisamente aquellos de los que la protegió Perseo. El castigo de Zeus, fue diferente. Simplemente la colocó en el cielo, sentada, y la condenó a autocontemplarse eternamente. Hoy, seguramente, el castigo incluiría que se sacara selfies permanentemente para subirlas a un face en el que fuera su única amiga. Y es que la belleza, cuando va acompañada de la traición parece derivar inevitablemente en la soledad.


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